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Santa Cruz de la Sierra

Los bolivianos eligen nuevo presidente con candidatos de la derecha como favoritos

Bolivia se encuentra en la antesala de un viraje político de gran magnitud. Las elecciones presidenciales de este domingo 17 de agosto podrían marcar el cierre de casi veinte años de predominio de fuerzas de izquierda encabezadas por el Movimiento al Socialismo (MAS) y abrir paso a una disputa inédita entre dos líderes de la derecha: Samuel Doria Medina y Jorge “Tuto” Quiroga.

Las encuestas anticipan una segunda vuelta el 19 de octubre, dado que ambos opositores rondan apenas el 20 % de apoyo electoral, muy lejos de los requisitos para un triunfo en primera vuelta. En este escenario, el MAS aparece debilitado y fragmentado, incapaz de sostener la fuerza que lo convirtió en referente continental desde la llegada de Evo Morales al poder en 2006.

El desgaste del oficialismo. La ausencia de Luis Arce en la carrera presidencial y la inhabilitación de Morales —quien optó por llamar al voto nulo— dejaron al partido oficialista en manos de candidatos de bajo arrastre como Eduardo del Castillo, que no supera el 2 % de intención de voto. Andrónico Rodríguez, disidente del MAS, tampoco logró superar el 10 % en los sondeos. La izquierda, antes cohesionada en torno al liderazgo de Morales, hoy aparece dividida y sin capacidad de seducir a un electorado que enfrenta una severa crisis económica.

La inflación, que alcanzó un 24,8 % interanual en julio —el nivel más alto desde 2008—, la escasez de dólares y el debilitamiento de las reservas internacionales minaron la confianza ciudadana. A esto se suman pugnas internas y el desgaste de movimientos sociales que durante años fueron la columna vertebral del oficialismo.

El regreso de la derecha. Ese vacío abrió espacio para el resurgimiento de figuras conservadoras. Doria Medina, empresario de la construcción y el comercio, ofrece un plan de choque económico bajo el lema “en 100 días, carajo”, prometiendo reactivar la economía mediante recorte del gasto, financiamiento externo y estímulo a las exportaciones. Su perfil pragmático, que antes despertaba resistencias, hoy aparece como una promesa de eficiencia en medio del colapso económico.

Por su parte, Quiroga, expresidente y férreo crítico de los gobiernos de izquierda en la región, capitaliza la ola de desencanto con un discurso de firmeza ideológica. Su conservadurismo, que en otros tiempos lo relegó, ahora le otorga credibilidad entre votantes cansados de la gestión masista.

La incertidumbre del voto. El alto porcentaje de indecisos (14 %), junto con la elevada intención de votar nulo o blanco (entre 15 % y 19 %), muestra un electorado dividido y desconfiado. Morales intenta convertir esa protesta en fuerza política al llamar a votar nulo, aunque las autoridades electorales recordaron que solo los votos válidos cuentan para definir la elección.

En este contexto, ni siquiera el eventual triunfo de la derecha se presenta como un mandato claro. El hecho de que los candidatos punteros apenas superen el 20 % evidencia la fragmentación del voto y la dificultad de construir mayorías sólidas.

Un giro en el péndulo regional. Desde 2006, Bolivia fue parte de la ola progresista que recorrió América Latina, con Morales como uno de sus emblemas. Hoy, el péndulo parece oscilar en dirección contraria: si se confirma la tendencia, el país se sumaría al bloque de gobiernos de derecha que han ganado terreno en la región en los últimos años.

Más allá de quién logre imponerse en el balotaje, el 17 de agosto puede marcar un parteaguas: el inicio del fin de la hegemonía izquierdista en Bolivia y el comienzo de una etapa política incierta, en la que la gobernabilidad dependerá tanto de la habilidad de los nuevos líderes como de la capacidad de un electorado fragmentado para reencontrarse con un proyecto común.

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