La primera vuelta de las elecciones en Bolivia no solo dejó al binomio Rodrigo Paz–Edman Lara (PDC) en primer lugar con más del 30% de los votos, sino que también instaló un nuevo eje discursivo en la contienda: el inicio de un “nuevo ciclo político” en el país.
Paz, que deberá disputar la segunda vuelta con Jorge “Tuto” Quiroga y Juan Pablo Velasco el próximo 19 de octubre, ha optado por responder a las críticas —incluidas las acusaciones de presuntos vínculos con el MAS— situándose como el referente de una transición inevitable en el escenario político nacional.
El fin de una era y el inicio de otra
El senador insiste en que los 20 años de hegemonía del MAS forman parte de un ciclo que terminó. Al invocar la idea de “nuevo ciclo popular, democrático y nacional”, Paz busca marcar distancia del oficialismo sin dejar de reconocer que su victoria se explica, en buena parte, por captar votos en antiguos bastiones masistas.
En su estrategia, el adversario no es solo el MAS saliente, sino también la política “de la confrontación” que, a su juicio, ha marcado la vida institucional en las últimas décadas. Al poner sobre la mesa un lenguaje de renovación, procura diferenciarse de sus rivales y presentarse como el articulador de consensos.
Alianzas y poder territorial
La victoria en primera vuelta le otorga margen de maniobra para tender puentes con otras fuerzas opositoras, especialmente con Unidad Nacional de Samuel Doria Medina, que ya anticipó su respaldo. La promesa de implementar la fórmula 50-50 (entregar la mitad de los recursos estatales a las regiones) es su carta más fuerte para atraer al municipalismo y a las gobernaciones, de cara a la segunda vuelta y al escenario subnacional de 2026.
El énfasis en fortalecer el poder local apunta a ampliar su base social, desmarcándose del centralismo estatal y proyectando un modelo económico que reactive la economía desde abajo.
El factor Lara y las tensiones internas
No obstante, el propio éxito del PDC se explica también por la figura de Edman Lara, su compañero de fórmula, cuya retórica anticorrupción y presencia en redes sociales conectaron con sectores populares. Las declaraciones de Lara —como la advertencia de denunciar a Paz si “sigue el camino del mal”— muestran un estilo político disruptivo, que si bien genera ruido, también refuerza la narrativa de transparencia que ambos intentan instalar: “No estamos aquí para encubrirnos”, replicó Paz.
Esta dinámica refleja una alianza peculiar: un candidato que busca moderación y consensos junto a un vicepresidente que encarna la denuncia frontal. El reto para Paz será contener ese equilibrio sin que se traduzca en fisuras hacia la segunda vuelta.
Tensiones externas: la respuesta a Petro
A nivel regional, las críticas del presidente colombiano, Gustavo Petro, dieron pie a una respuesta frontal de Paz, que lo acusó de tener una “mentalidad retrasada” y de desconocer la coyuntura boliviana. Al hacerlo, el candidato boliviano no solo defiende la legitimidad de su triunfo, sino que además se proyecta como líder con voz propia en la región, capaz de confrontar a mandatarios de peso sin perder el eje de su narrativa: paz, acuerdos y gobernabilidad.
La apuesta central: gobernar la transición
El discurso de Rodrigo Paz no se limita a propuestas económicas —como la reducción del déficit fiscal en 60% o el rediseño del modelo económico— sino que se centra en capitalizar un momento histórico. La noción de “nuevo ciclo” es, en realidad, un intento de apropiarse del relato de la transición política en Bolivia.
En un país que deja atrás dos décadas de gobiernos de izquierda, Paz se posiciona no solo como el ganador de la primera vuelta, sino como el candidato que quiere encarnar la superación de la polarización. Su desafío en la segunda vuelta será demostrar que esa narrativa no es solo retórica electoral, sino una ruta viable de gobernabilidad.