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Periodismo: ¿Contrapoder o Eco del Poder?

Por Hugo Salvatierra, periodista
La función esencial del periodismo en una democracia es la de actuar como un contrapoder, tal como lo postula la periodista norteamericana, Amy Goodman, y no como un mero amplificador de los intereses de las élites y políticos.

El contrapoder democrático es un principio fundamental en las sociedades libres, diseñado para limitar y equilibrar el poder político y prevenir abusos. Se manifiesta en la separación de los poderes republicanos (legislativo, ejecutivo, judicial), en instituciones de control (fiscalías, defensorías) y en la acción de la sociedad civil organizada (voto, protesta, cabildos). El periodismo se inserta en este marco como el vigilante público, denunciando y fiscalizando al poder en nombre de la ciudadanía, y funcionando como un antídoto crucial contra la concentración de la autoridad.

La sociedad civil organizada funciona igualmente como contrapoder, porque tiene la fuerza para exigir respeto a los derechos ciudadanos. La protesta, el voto, los cabildos o las consultas son formas directas de ejercerlo.

En este marco, el periodismo actúa como vigilante público, denunciando abusos y dando voz a los que no la tienen. El contrapoder democrático es, entonces, el antídoto contra la concentración del poder y la garantía de que la democracia sea plural, participativa y que nadie esté por encima de la ley.

Pero surge una pregunta clave: ¿cómo evitar que el periodismo se convierta en eco del poder?

La respuesta requiere combinar principios éticos y prácticas profesionales sólidas. Por ejemplo: Independencia: no depender editorialmente de partidos, gobiernos o corporaciones; resistir presiones políticas y económicas que intenten condicionar la agenda. Tener espíritu crítico: cuestionar los discursos políticos y gubernamentales oficiales, contrastar versiones y buscar voces diversas, especialmente las de la ciudadanía. Además de ser ético y transparente, tener un código deontológico basado en verdad, verificación y pluralismo.

En definitiva, el periodismo deja de ser eco del poder cuando asume su rol de contrapoder crítico, investiga con autonomía y se compromete con la verdad y la sociedad. Su esencia es servir a la ciudadanía, no al poder. Sin embargo, siempre van a existir aquellos que hacen eco del poder, por afinidad política o interés económico, y que la ciudadanía los identifica plenamente y, por suerte, son muy pocos.

El periodismo en Bolivia, durante estos últimos 20 años ha aguantado el hostigamiento gubernamental, bajo calificativos de “prensa vendida”, “Cártel de la Mentira”, “tergiversadores”, “opositores”, “prensa vendida y corrupta” y otros epítetos en su contra, cuya finalidad política es hacer perder credibilidad ante la opinión pública.

A los políticos actuales, se les recuerda que el periodismo boliviano tiene una trayectoria de enfrentamientos a gobiernos despóticos y dictadurasmilitares, haciendo uso de su rol de contrapoder, incluso al costo de la vida de periodistas como CiriloBarragán (1865) y del periodista jesuita Luis Espinal (1980).

El periodismo boliviano tiene una gran trascendencia al revelar una extensa lista de escándalos de corrupción e irregularidades, demostrando su función de contrapoder activo. Estos incluyen casos históricos (Mega fábrica de Cocaína en Huanchaca, donde asesinaron al prof. Noel Kempff Mercado; el narcoavión de Barbachoca, los narcovínculos de Jaime Paz Zamora, narcopolicías de la era Evo Morales) y recientes (el sobreprecio en la compra de gases de Arturo Murillo, y los siete ministros salpicados por corrupción en el actual gobierno de Luis Arce), así lo describió el periodista, Roberto Méndez.

La ciudadanía tenga la plena seguridad que, mientras el periodismo boliviano siga ejerciendo su rol de contrapoder, siempre habrá periodistas dispuestos al sacrificio por descubrir y decir la verdad, sirviendo esencialmente a la sociedad y no a los intereses del poder.

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