La primera vuelta electoral en Bolivia dejó una de las mayores sorpresas políticas de los últimos años: el binomio del Partido Demócrata Cristiano (PDC), Rodrigo Paz y Edman Lara, se impuso con el 32,14% de los votos al 95,41% de actas escrutadas, relegando a Samuel Doria Medina y obligando a Jorge “Tuto” Quiroga a disputar la segunda vuelta el próximo 19 de octubre. El resultado no solo alteró el mapa electoral, sino que también abrió un escenario de reacomodos y nuevas alianzas que, en cuestión de semanas, definirán el rumbo del país.
Desde la noche del triunfo, Paz y Lara han optado por perfilar sus estrategias en dos ejes distintos pero complementarios. El primero, representado por Rodrigo Paz, busca proyectar amplitud, diálogo y unidad, capitalizando el respaldo ya confirmado de Doria Medina. Paz insiste en la construcción de un proyecto “de todos para todos”, consciente de que la gobernabilidad futura dependerá de sumar sectores dispersos que desconfían tanto del oficialismo como de la oposición tradicional.
El segundo eje, encarnado por Edman Lara, apunta a la denuncia frontal y al discurso de ruptura. El expolicía, convertido en fenómeno mediático por su estilo directo, ha prometido investigaciones de fortunas contra policías, fiscales y funcionarios públicos, apelando al descontento ciudadano frente a la corrupción. Su figura, disruptiva y poco convencional, conecta con un electorado desencantado de la política clásica, pero también genera dudas en sectores más moderados que ven en sus declaraciones un riesgo de inestabilidad.
Este contraste interno —Paz como articulador y Lara como tribuno popular— podría convertirse en la fortaleza o el talón de Aquiles del PDC. Por un lado, abre la posibilidad de abarcar dos segmentos del electorado: los que buscan gobernabilidad y los que exigen castigo a la élite política. Por otro, expone tensiones que ya se insinúan en los discursos: mientras Paz habla de amplitud, Lara advierte que “si Rodrigo no cumple, yo lo enfrento”.
La segunda vuelta se anticipa como un plebiscito sobre el pasado y el futuro. Jorge Quiroga, con una larga trayectoria en la política, encarna la experiencia y la continuidad de la oposición tradicional. Paz y Lara, en cambio, se presentan como la alternativa a “los mismos de siempre”, apelando al desgaste del sistema y a la necesidad de una renovación generacional. No es casual que los ataques en redes sociales hayan empezado a intensificarse, buscando sembrar dudas sobre la integridad de ambos candidatos.
La dinámica de las próximas semanas girará en torno a dos preguntas centrales: ¿logrará Paz consolidar una coalición amplia sin perder la frescura que le dio la victoria? ¿Podrá Lara canalizar su radicalidad sin erosionar la imagen presidencial de su compañero de fórmula?
Bolivia se encamina a una definición polarizada, donde el voto útil, el miedo al retorno del pasado y la promesa de cambio se entrecruzan. El desenlace del 19 de octubre no solo decidirá quién será el próximo presidente, sino qué narrativa —la de la amplitud o la de la confrontación— terminará prevaleciendo en la nueva etapa política del país.