Por: Ramiro Majluf Ayo
Hoy el público cruceño y boliviano –lastimosamente escaso en las salas- aplaude “El último blues del croata”, la más reciente producción cinematográfica nacional, que aún se exhibe en las salas de cine del país. Es una película liberadora porque nos ahorra la disculpa típica: “es una película boliviana, hay que apoyar”.
La formidable producción del director y guionista Alejandro Suárez Castro, está en cartelera en las principales ciudades del país. Amigo, amiga, no se la pierda, vaya a verla y permítase el deleite de una historia simple construida de manera tal que es ineludible volar hasta alcanzar el contenido simbólico en el backgroundde las relaciones humanas.
La película es en sí una comedia perfectamente cargada de humor negro, entrega una historia que va mucho más allá de un homenaje, como el título aparenta sugerir, a la figura de un músico, no lo es. No vaya esperando ver un concierto de blues o un documental de la vida de Drago; el de la Drago´s Blues Band. No, porque es una exploración íntima sobre la amistad, la memoria y el acto mismo de existir. Cuando la vea sabrá por qué hasta el nombre de la película es también una ironía.
El argumento se centra en el reencuentro de dos viejos amigos —interpretados magistralmente por Pedro Grossman y Mariana Bredow— a raíz de la muerte de un tercero, el músico “Croata”; un personaje tan amado como detestado por todos quienes lo conocieron.
El guión merece una nota aparte, es de notable precisión narrativa, logra transformar el duelo en un espacio de diálogo, reflexión y reconciliación… Humanizador y sin melodramas.
La crítica especializada habrá de destacar, como lo hacemos los espectadores al salir felizmente satisfechos del cine, la actuación sólida de Pedro Grossman, quien ofrece una interpretación emocionalmente contenida y coherente de principio a fin sin fisuras técnicas, así como la profundidad y sensibilidad de Mariana Bredow, cuya presencia en pantalla aporta equilibrio emocional y fluidez a la historia.
Mérito aparte para un casting excepcional, porque en general todos los actores desarrollan la historia con personajes muy bien construidos; gran trabajo de la dirección de arte.
Otro de los puntos fuertes, en el nivel muy profesional de la película es su excelente fotografía y el cuidado en la decisión de colorimetría, habla de una gran dirección de fotografíaperfectamente asociada a una cámara que capta todo el movimiento interno de una historia suave, lenta que se desliza con gran ritmo de edición, lo que refuerza la atmósfera melancólica del relato. Las transiciones entre secuencias, cargadas de sentido semiótico, construyen de manera imperceptible un puente visual entre el pasado y el presente de los protagonistas, se nota que el sonido directofue nítido; todo ese conjunto técnico, muy bien cuidado,permite una experiencia de sumersión que sitúa al espectador en el centro de la historia. Hay que felicitar al continuista, gran trabajo.
Alejandro Suárez Castro ha demostrado con esta labor, su capacidad de dirección y producción, ambas superlativas yajustadas con precisión a las necesidades de construcción de una historia extraordinaria en un tejido de relaciones comunes casi simples. No es la producción documental de una película sobre música ni es la historia sobre un músico; es una película sobre el ser y el estar en el mundo, esa es la sensación profunda que el filme nos deja.
La construcción de la película muy bien transversalizada por un sinfín de sutilezas sin extravagancias ni apelaciones populistas,muestra una historia común en una ciudad cualquiera en un país cualquiera, además, no teme usar el humor negro para contrarrestar la solemnidad del duelo, generando momentos de catarsis que enriquecen cada parte del relato. Está cargada de guiños simbólicos, que son sutiles a pesar de su abundancia en el meta relato, invitando a una lectura atenta y a múltiples interpretaciones o posibilidades de comprensión.
Dura 80 minutos, es un largometraje corto. “El último blues del croata” es en mi opinión un importante salto profesional para las producciones bolivianas que ya no arrastra viejos complejos. No solo confirma el talento de una nueva generación de cineastas, sino que también consolida a Santa Cruz de la Sierra como un polo creciente de creación audiovisual de exportación.
Un gran regalo por el bicentenario patrio y en el mes de esta tierra Santa. Salud por todo eso.